Al leer las apreciaciones que he visto en el grupo de mi Taller de Arte sobre "Los fusilamientos del 2 de mayo" de Francisco de Goya y Lucientes, les cuento que yo, como ustedes, me conmuevo enormemente ante esta magnífica, maravillosa obra. Para los que no han tenido la oportunidad de verla en vivo, en el Museo del Prado, es enorme, un gigantesco lienzo de más de 2,60 metros x 3,50 metros, que opaca por mucho a la otra obra que la acompaña al lado, "La revolución del 2 de mayo", del mismo autor y tamaño. Es de estilo clásico moderno, con los primeros avances de un estilo que culminaría con el impresionismo, como le corresponde a todo genio avanzado en su época.El dramatismo de esta pintura es excepcional, único. Eriza la piel y es la búsqueda obligada del amante del arte y de la historia cuando entra al museo, no importa cuántas veces entró. Es una obra que "grita" y hasta los sordos la escuchan. La forma en que está realizada está plagada de simbolismos y las líneas de su composición son tan definidas como significativas.
Lo primero que se aprecia son las despiadadas diagonales que apuntan a las víctimas, viniendo de la formación geométrica e insensible del conquistador, del sistema, de la infraestructura. No se apuntan sólo con rifles, sino con el sentimiento asesino, que todo lo invade, aplastando.Como separando el pueblo de la opresión, ambos bandos se delimitan en forma nítida, inconfundible, envolviendo al cuadro en dos grupos de expresiones que, fundiéndose, dan el resultado central, el dolor, la desesperación, la rendición
El grito de la víctima iluminada artificialmente por la lámpara, que destaca el tema más importante, es un grito de entrega, reclamo, y hasta esperanza, rogando por su vida y la de los suyos, marcando la cruz que arrastra todo su pueblo. Cuando se mira con atención, cada detalle de la composición "coincide" con estas líneas invisibles, pero nada está puesto al azar, la genialidad de Goya puso cada cosa en su lugar.
Y, el detalle que pocos conocen, la sombra (y sólo es una sombra) de las víctimas, que pasa desapercibida, cuando se mira con detenimiento muestra los tímidos, insinuados detalles misteriosos de una madre que protege a su hijo, encorvada y escondida, como símbolo de la humanidad que, espiritualmente, está detrás de ésto sufriendo la devastación
Por eso, cuando miramos esta magnífica obra, nos estremecemos y no sabemos por qué, muchas veces. El conjunto de elementos que la componen está tan sabiamente expuesto que el alma sensible nunca olvidará el momento en que la tuvo frente a los ojos, en original o en réplicas.
1746.30.V. Nace Goya en el pueblo aragonés de Fuendetodos (Zaragoza), hijo del maestro dorador José de Goya y de Gracia Lucientes, vecinos de Zaragoza.
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