Salimos en plena noche, tras "arrojar" la maleta, como siempre, sobre la cama. A metros del hostal entramos al casco viejo que atrae como un imán, devolviéndonos en misterio y misticismo la energía potenciada. Ni bien caminamos los primeros cien metros, Natalia se abandonó suavemente, apoyándose con el hombro sobre la pared, cámara en manos, arrobada: "Ma, esto tiene algo especial..."
Si, Santiago tiene la energía de los milenios, de los peregrinos, de los promesantes, de los estudiantes, de la piedra, de la fe. Santiago es casi virgen, con sus locales comerciales con carteles del mismo estilo que hace siglos. Allá no hay el impersonal "Tome Coca-Cola", grande y rojo. Allá la "civilización" vino, miró y se fue, decidiendo que no tenía demasiado que hacer en ese lugar.
Sentadas en el piso de piedra de la Plaza del Obradoiro, a altas horas de la noche, estas turistas emocionadas mirábamos con arrobo la vieja Catedral, de estilo de tres tiempos, cuatrocientos años llevó levantarla desde el año 1011, bajo las órdenes del Maestro Mateo. Llena de musgo, de pequeña vegetación intrusa en alguna junta de piedra, se nos mostraba orgullosa de su estirpe de obrera ante la que se inclinaron reyes y personajes sin importar su linaje
Santiago es una ciudad de estudiantes, pululan las universidades y colegios en el lugar. Los chicos de todas las razas, libros bajo el brazo, pasaban continuamente sin mirar a dos locas sentadas boquiabiertas en el piso. Al día siguiente caminamos con la tranquilidad de los que están "en casa". Escaleras de piedra, fuentes de piedra, pasajes de piedra, la unidad es maravillosa, los verdes eran joyan en medio del gris.
Una gaita sonó a lo lejos y Natalia me arrastró, literalmente (ay, mis piernas cansadas de subir y bajar!) hacia ese lado. Y en un pasaje oscuro una muchacha nos llenó los oídos y el alma con sus notas brotando del viejo instrumento de viento.
El altar de la Catedral es todo dorado a la hoja, y ocho ángeles pre adolescentes de tamaño descomunal parecen sostener el techo en el aire. Fabuloso el efecto, REALMENTE parecen en el aire. Uno de los órganos más grandes del mundo se cierne sobre nuestras cabezas y tuvimos la suerte de sentir vibrar las piedras bajo el sonido de las campanas. Vibran, es cierto!
En uno de los tantos locales de cosas bellas, una tejedora concentrada en su aguja de crochet y sus ovillos blancos ni nos miró cuando admiramos su preciosismo volcado en una de las artesanías más típicas de Galicia, joyas de hilo para tener, sí o sí en nuestros hogares. El encaje de bolillos es arte en filigrana de espuma.
No hay forma de hablar en voz alta en esa antigua ciudad. Un respeto tácito llena los aires y el visitante se siente honrado de pisar y tocar, oir y estar. Solamente estar.
En la esquina de la parada del autobus, una gigantesca escultura super moderna realizada con placas de acero espejado nos encantó, contrastando y armonizando al mismo tiempo con la antigüedad.
Partimos para el aeropuerto como despertándonos de un sopor sublime... Por supuesto, comenzó a lloviznar.
2 comentarios:
Que belleza, lugares màgicos que cada vez que se vuelve se redescubres...gracias lis por el viaje
Lilyana
Sra. leo sus historias y me siento protagonista.
Felicitaciones.
Dr.Andres Rivero.
Bogota .Colombia.
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